Niños con gasa
Es natural ver de vez en cuando a un niño vendado, con alguna que otra curita, un yeso o una gasa; finalmente son niños, cuando se es niño la tendencia es jugar, inventar juegos, saltar, correr, brincar, disfrutar de la energía que la vida nos concede cuando se es niño y nos accidentamos. Esa energía que poco a poco se va desvaneciendo con el paso del tiempo hasta que crecemos y nos convertimos en adultos, posteriormente en ancianos.
Pero hoy me llama mucho la atención que en gran parte del mundo hay niños con gasa pero por motivos ajenos a su voluntad, tales como: la religión, la política, las leyes, creencias y un sinfín de argumentos más.
Respecto a la religión, me perdonarán mis amigos por mencionarla, pero en la mayoría de los casos es así. Hemos creado unos hitos imaginarios donde decimos: aquí llega mi frontera, la cual pertenece a la religión X.
Y en base a eso se desencadenan criterios fundamentalistas absurdos que propician una guerra sinsentido alguno, guerra que causa heridas en esos niños que deberían disfrutar la vida sin vivir traumas ajenos a su voluntad.
Nacemos con una libertad absoluta pero cuando pasan los años, nos obligan a entrar en esa rama del egoísmo, el resentimiento, la venganza, la guerra por la libertad; libertad que se ve cuestionada porque al final de todo, nos encerramos en parámetros imaginarios.
Hoy juegan los hombres y los niños salen lastimados físicamente, han de llevar gasas, han de llevar extremidades amputadas, han de llevar heridas en el corazón. Así se cultiva un odio inmenso e incurable para un futuro que quizás lo veamos no muy tangible.
Pero a pesar de todas esas heridas, cicatrices y agonías que surgen de toda esa locura, también entre esos niños hay niños sanos y que su capacidad de razonar se desarrollará para que en un momento dado hagan la labor más loable que puede hacer un ser humano: reconocerse humano, corregir y cambiar para bien.