Conversación con un cochino
Cochino, buenos días,
Cochino, ¿cómo estás?
¿Qué me cuentas, cochino?
¿Qué novedades hay?
¡Espera! No te asustes;
no te vengo a matar.
Acércate, cochino;
cochino, ven acá.
Quédate aquí echadito
sin gruñir ni roncar,
y como dos amigos
vamos a conversar.
Tú no sabes, cochino,
qué lástima meda
saber que a tí la gente
no te suele nombrar
sino para hacer chistes
por lo hediondo que estás,
y que nadie en el mundo
se te puede acercar
sin decir: ¡fo, carrizo!,
sin decir: ¡fo, cará!
Yo, cochino, te admiro,
yo te admiro a pesar
de que con esa trompa
pareces un disfraz,
porque pese a tu aspecto
tan poco intelectual
y a ese absurdo moñito
que te cuelga de atrás,
ya quisieran, cochino,
los que te tratan mal
tener de tus virtudes
siquiera la mitad.
¡Oh imagen cochinesca
de la sinceridad!
Tú haces tus cochinadas
metido en tu barrial;
como eres un cochino,
te portas como tal
sin ocultarle a nadie
tu condición social.
Ni engañas, ni te engañan;
tú vives y ya está;
sabes que mientras seas
cochino y nada mas,
del palo cochinero
nadie te va a salvar,
y así esperando vives
tu toletazo en paz.
Ni pides agarantías
ni pides libertad,
ni pides que interpelen
al cochinero tal
porque mata cochinos
sin permiso del SAS,
sino que estás tranquilo
metido en tu barrial
con tu trompa adelante,
con tu rabito atrás
soportando en silencio
la pueril necedad
de los que te hacen chistes
por lo hediondo que estás
y dicen ¡fo carrizo!
y dicen ¡fo cará!,
y no ven que ellos mismos
“o su modo de actuar”
comparados contigo
huelen mucho mas mal.
Hasta luego, cochino,
yo me voy a almorzar;
te prometo que el lunes
volveré a tu barrial
y si no te han raspado
volveremos a hablar.
Mas por si para entonces
no te vuelvo a encontrar,
acércate, cochino,
ven, acércate mas,
para darte en la trompa
mi besito final.