Unos simples lentes empañados
Llega el invierno, salgo a la calle con chaqueta, guantes, un cuello como bufanda, mascarilla y además mis lentes (médicos o con graduación). Si voy en bicicleta salgo con todo lo anterior más el casco, el bolso de bici para transportar cosas. Luego, entre la neblina y el poco calor del Sol mis lentes se empañan, si no los llevo puestos no veo bien, si se me empañan no veo bien. No puedo disfrutar del momento, de la vista, de la gente.
Y por ahí voy, sorteando el tráfico, la gente, los obstáculos, entro a un mercado público municipal. El clima sigue sin ayudarme, no veo nada, me he quitado el cuello que uso como bufanda y solo me dejo la mascarilla. Pero sigo sin ver nada, siguen empañados estos lentes. Poco a poco se me va agotando la paciencia y me voy quejando dentro de mí, es difícil andar sin ver nada.
Al final llego a la casa malhumorado. Pero cuando mi cuerpo se enfría y reflexiono todo lo ocurrido, entro en razón y al final solo me queda dar gracias a Dios que todo lo sucedido fue simplemente insignificante comparado con todo lo que ha sufrido mucha gente en estos dos últimos años.
Gente que ha fallecido a causa del virus, gente con familiares que han logrado superar los síntomas y siguen lidiando con las consecuencias y los efectos secundarios. Gente que ha sufrido graves lesiones internas por causa de las vacunas contra este virus, gente que ha perdido seres queridos por usar vacunas que a ciencia cierta no se sabe de dónde provienen ni cómo están compuestas.
Lo que me ha sucedido esta mañana, es simplemente un hecho minúsculo, pero lo que está sucediendo a nivel global y que ha afectado a mucha gente con desenlaces trágicos, sí ha sido mucho más significativo que unos simples lentes empañados.