¿Por qué emigramos?
La respuesta es simple: por naturaleza el hombre es un ser nómada como cualquier otra raza que cambia de lugar para vivir.
Pobre de aquellos que simplemente mantienen su estatus de vida en un solo lugar, dejando que la vida pase y ellos sin pasar por la vida, también emigramos porque nacemos con esa partícula secreta que nos inserta la vida al nacer, la partícula de la libertad.
Pero hoy, emigrar es distinto, hoy se hace más difícil porque crecemos adoptando paradigmas y condiciones que se han arraigado en nuestras generaciones pasadas que decidieron establecerse en lugares en donde la naturaleza les brindaba un cobijo, una prosperidad.
A partir de esa prosperidad comenzaron algunos problemas, hoy emigramos por necesidades superficiales y profundas, unas que muy en el fondo llegan a tocar nuestro espíritu de alguna manera.
Entre tantas razones tales como la de querer superarnos, sentirnos bien, realizarnos, emprender nuevos retos; queremos emigrar porque no nos sentimos bien en donde estamos, queremos emigrar porque alguien de algún modo no nos dejó realizar todo lo anterior.
Ahora los emigrados van deambulando por cualquier sitio, han roto lazos familiares para vivir vidas ajenas a su voluntad. Ahora viven añorando volver a ver a todas esas personas que formaron parte de sus vidas en algún momento. Los emigrados no tienen un destino definido, un paradero seguro, porque los emigrados están expuestos a ser señalados, deportados, mal tratados, vejados. Pero no todos correrán esa mala suerte porque también los emigrados conseguirán familias, amigos, abrazos y calor en otros lugares.
Emigramos porque el egoísmo de unos pocos se ha querido encarnar en la vida de muchos con su autoridad, han querido incidir en la decisión final de impartir el final de nuestras vidas. Por conciencia emigramos escapando de esa incidencia inhumana, incidencia que sobrepasa el entendimiento mismo del por qué emigramos.