De bayonetas y corceles
El tiempo pasó volando, tan rápido como el parpadear de un ojo, fue increíble cómo la naturaleza nos cobijó en un mundo destinado a ser solo de la humanidad, con ímpetu, grandeza, superioridad, estilo, inteligencia; una especie capaz de abrazar en menos tiempo la velocidad del sonido, estudiar la luz, comprender las estrellas, leer las cartas y responderlas.
Ese breve tiempo que transcurrió no fue en vano, se hicieron muchas cosas, tantas que son innumerables, necesitaríamos volver a tener el breve lapso para inventariarlas, pero una simple odisea en el que se toca el cielo, pasar más allá y dejarse llevar por la gravedad cero, unos cuerpos calcinados entre el frío de una era, una espesa neblina del gas pimienta no valen la pena.
Porque esas simples cosas contradicen la teoría que describe para qué fuimos creados, nos contradicen al momento de ver lo cierto, descubrir lo noble y olvidar lo que asumimos como “sincero”, es la carga de un camión viejo, un ferrocarril cansado, la silla mecedora del muchacho que al nacer nace enfermo, lo que en realidad nos interesa lo tomamos en cuenta y le ponemos precio para la venta.
Aquí estamos en el misterioso mundo del poder, nadando entre monedas, idiomas, fronteras, naves ultrarápidas, espías entre banderas, queremos saber del otro, queremos roncar en su puerta intimidando sus sueños, cercándolo hasta que no pueda salir de su trinchera, del breve lapso de tiempo en el parpadeo estamos cerrando el ciclo de ese elemento llamado humano, justamente en el espacio de bayonetas y corceles.