Nos mantuvimos ausentes
Sobre la superficie de una piel se desliza una gota de lágrima que recorre toda la mejilla, se desprende del rostro angustiado, joven y arrugado de ella. Espera paciente, se agota día a día, su conflicto interno la derrumba como dolor de parto agraciado de una mujer, pero es todo lo contrario, no es dolor, no es agraciado, es un martirio de engaño.
Ahora todas las luces la iluminan, la ven como un peligro para la sociedad y por su larga oscuridad se encandila, ve siluetas que vienen y van, voces que susurran, hablan, gritan, aturden en el pensamiento, no dejan razonar con criterio. Voces sin ideas, solo confusiones que la hacen llorar más. No se entiende no se comprende y todo se levanta de entre el polvo que deja el abandono de una casa, telarañas estorbando cada paso, no hay trapos para limpiar.
Su estómago vacío, su cuerpo esquelético intentando sostenerse, pretendiendo avanzar buscando migajas de pan ahí va. Su tesoro escondido, robado y ultrajado por la incultura desaparece de su ser. Erario de la Tierra repartido entre los que creen dominarla. Quizás el paso del tiempo le dará conciencia, le dará una razón.
Sus bosques, banquetas, bancos y monedas, su oro, plata, hierro y matiz no existen; todo lo arrasó la revolución del huracán que se anunció sobre categoría 5 en la TV, en la radio, en los diarios y en Internet, pero nadie la resguardó, nadie quiso rescatarla de la verdad.
Cada quien egoísta, cada quien desconectado de Dios, desconectado de ella. No vimos pasado, no sentimos el presente, no consideramos un futuro. Nos mantuvimos ausentes.